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Explora la Selva con el Cartero de las Cascadas: Una Aventura Postal

Capítulo 4: El Refugio de las Raíces y la Verdad Revelada

Don Pascual se arrastró hasta el interior de un hueco formado por las enormes raíces entrelazadas de un árbol centenario, un refugio natural que la selva misma le ofrecía. El espacio era estrecho, apenas suficiente para él y su mochila, pero lo bastante oscuro y resguardado para ocultarlo de la vista de sus perseguidores. El olor a tierra húmeda y a descomposición vegetal lo envolvió, un aroma familiar de la selva profunda. Desde su escondite, podía escuchar los pasos de los hombres, cada vez más cerca, buscando entre la maleza. Los árboles parecían contener la respiración con él, y los sonidos de la selva se habían apagado, sumidos en un silencio tenso, solo roto por el golpeteo incesante de la lluvia contra las hojas.

El corazón le martilleaba en el pecho. Nunca se había sentido tan vulnerable, pero al mismo tiempo, una extraña calma lo invadió. Sabía que no podía quedarse allí para siempre. Necesitaba una estrategia. Con dedos temblorosos, sacó el sobre sellado de su compartimento impermeable. La cera roja seguía intacta, un sello de misterio y urgencia. A la luz tenue que se filtraba a través de las hojas, Don Pascual se atrevió a desdoblar el cuaderno de campo que había encontrado. Las palabras que antes le parecieron borrosas por la lluvia, ahora, con más detenimiento y la adrenalina a flor de piel, comenzaban a cobrar sentido.

“Anomalía climática extrema”, leyó. “Patrón de vientos… inusual… impacto devastador en el ecosistema… el ‘sobre’ contiene datos cruciales para la alerta temprana… la vida de la selva… en juego…”. La caligrafía era la de la bióloga principal, la Dra. Elena Ríos, una mujer de ciencia apasionada que había dedicado su vida a la protección de este paraíso verde. La pieza del rompecabezas empezaba a encajar, pero el panorama que se revelaba era mucho más sombrío de lo que había imaginado.

El sobre, entonces, no contenía información sobre una nueva especie o un descubrimiento científico menor. Llevaba una advertencia. Una advertencia de una catástrofe inminente que podría destruir el delicado equilibrio de la selva y, quizás, afectar a toda la región. Los hombres que lo perseguían no eran simples ladrones; eran individuos interesados en suprimir esa información. Podrían ser taladores ilegales, o empresas que buscaban explotar los recursos de la selva sin considerar las consecuencias. La ambición, pensó Don Pascual, era una bestia más peligrosa que cualquier yaguareté.

Mientras procesaba la información, escuchó las voces de los perseguidores, cada vez más cerca de su escondite. “¡Está por aquí! ¡Tiene que estar cerca!”, gritó una voz áspera. El sonido de ramas rompiéndose le indicaba que estaban peinando la zona con desesperación. Don Pascual se aferró al sobre como si su propia vida dependiera de ello. Ya no era solo una entrega; era una misión. No podía permitir que esa información cayera en manos equivocadas.

Recordó las palabras de su padre, también cartero antes que él: “Un cartero no solo entrega cartas, Pascualito. Entrega esperanzas, sueños, a veces tristezas. Pero siempre, siempre, entrega la verdad”. Esa máxima resonó en su mente. Esta verdad, sin importar lo dura que fuera, debía ser entregada.

Fue entonces cuando un golpe resonó justo encima de su escondite. Uno de los hombres había golpeado el árbol, buscando huecos. Don Pascual contuvo el aliento, su corazón latiendo con fuerza en sus oídos. El hombre se movió, y por un instante, pudo ver sus botas sucias a través de las raíces. Parecía a punto de descubrirlo. El sudor frío le corrió por la espalda, a pesar de la humedad de la lluvia. Los segundos se estiraron, eternos.

Justo cuando creyó que todo estaba perdido, un grupo de monos aulladores, irritados por la presencia de los intrusos o quizás por la tormenta, comenzó a emitir sus gritos guturales y ensordecedores desde las copas de los árboles cercanos. El sonido fue tan potente y repentino que los hombres se sobresaltaron, maldiciendo y retrocediendo unos pasos. La selva, una vez más, intervenía a favor de su cartero, de su mensajero.

Aprovechando la distracción, Don Pascual supo que tenía que actuar. No podía seguir esperando. Los hombres, desorientados por los gritos de los monos, habían dejado un pequeño resquicio en su vigilancia. Con una ráfaga de determinación, Don Pascual se deslizó fuera de su escondite, agachado, y empezó a moverse en dirección opuesta a la que los hombres estaban peinando. Las raíces y la maleza lo ayudaron a camuflarse, y el rugido de los monos cubrió el sonido de su escape. La lluvia seguía cayendo, y la selva era un velo protector para él. El sobre, esa pieza crucial de información, era ahora su única brújula.

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