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El Cartero que Salvó Corazones en Tiempos de Pandemia

5. El Mensaje que Cambió Todo

El sobre amarillo llegó un martes lluvioso de julio. Carlos lo reconoció inmediatamente: era de la oficina central del correo en Buenos Aires, el mismo tipo de correspondencia que solía traer cambios administrativos o, en el peor de los casos, despidos.

"Estimado señor Mendoza", leyó Carlos en voz alta, con María Elena a su lado, "hemos recibido múltiples cartas de ciudadanos de Oberá elogiando su labor excepcional durante la pandemia. Su iniciativa de asistir a adultos mayores aislados ha llegado a nuestro conocimiento y queremos reconocer oficialmente su trabajo".

El corazón de Carlos latía fuerte mientras continuaba leyendo. "Por lo tanto, nos complace informarle que ha sido seleccionado para recibir el Premio Nacional al Servidor Público Ejemplar. Además, su modelo de servicio será implementado en otras localidades del país".

María Elena gritó de alegría y abrazó a su esposo. "¡Carlos! ¡Van a reconocer tu trabajo en todo el país!"

Pero Carlos sentía algo diferente. No era solo orgullo lo que corrían por sus venas, sino una responsabilidad aún mayor. "María Elena", dijo después de un momento, "esto significa que lo que empezamos aquí puede ayudar a personas en todo el país".

La ceremonia se realizó de manera virtual, por las restricciones sanitarias. Carlos, vestido con su mejor traje y con su bolsa de cartero al lado, recibió el reconocimiento desde la computadora de la oficina postal de Oberá.

"El señor Carlos Mendoza", dijo el funcionario desde Buenos Aires, "ha demostrado que el servicio público va más allá de cumplir con las tareas asignadas. Ha demostrado que, en tiempos de crisis, el verdadero liderazgo surge de la compasión y la acción".

Después de la ceremonia, Carlos salió a hacer su ruta habitual. Pero ahora, en cada casa que visitaba, veía algo diferente en los ojos de las personas. Ya no era solo agradecimiento; era esperanza.

"Don Carlos", le dijo doña Esperanza, "escuché en la radio sobre su premio. Estoy muy orgullosa de conocerlo".

"Doña Esperanza", respondió Carlos, "el premio es de todos nosotros. Sin su confianza, sin la ayuda de los comerciantes, sin la paciencia de mi familia, nada de esto hubiera sido posible".

Seis meses después, Carlos recibió una carta especial. Era de un cartero de Tucumán: "Estimado Carlos, implementamos su modelo en nuestro pueblo. Gracias por demostrar que los carteros no solo llevamos correspondencia, llevamos esperanza".

Esa noche, Carlos se sentó en su galería, mirando las estrellas que brillaban sobre Oberá. María Elena se acercó con dos tazas de mate.

"¿En qué pensás?", le preguntó.

"Pienso que mi papá tenía razón", respondió Carlos, "cada carta lleva un pedazo de alma. Pero ahora sé que los carteros también llevamos pedazos de nuestra alma a cada puerta que visitamos".

El aroma de los jazmines flotaba en el aire nocturno, y Carlos supo que había encontrado su verdadera vocación: ser un mensajero de esperanza, un cartero que entregaba mucho más que correspondencia. Entregaba la certeza de que, incluso en los momentos más oscuros, siempre hay alguien dispuesto a tender una mano.

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