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El Cartero que Salvó Corazones en Tiempos de Pandemia

3. El Primer Paso Hacia la Esperanza

El sol se filtraba entre las cortinas cuando Carlos despertó con una idea clara en la mente. No podía cambiar la pandemia, pero sí podía cambiar cómo enfrentarla. Después del desayuno, se dirigió al correo con una determinación que hacía años no sentía.

"Necesito hablar con usted", le dijo a su supervisor, "sobre ampliar mi servicio".

El hombre, de cincuenta años y cabello canoso, lo miró por encima de sus anteojos. "¿Ampliar? Carlos, ya estamos haciendo más de lo que nos corresponde".

"No, usted no entiende", Carlos respiró profundo, "hay gente que está muriendo de soledad. Doña Esperanza, don Rogelio, la señora Antonia... todos están aislados, sin familia cerca, sin poder salir a comprar medicamentos o comida. Yo puedo ayudarlos".

Durante los siguientes días, Carlos comenzó a extender su ruta. Después de entregar la correspondencia oficial, visitaba a los adultos mayores de su sector. Primero fueron consultas simples: "¿Necesita que le traiga algo de la farmacia?", "¿Tiene suficiente comida?".

Doña Esperanza fue la primera en aceptar su ayuda. "Si no es mucha molestia", murmuró, "me están faltando las pastillas para la presión". Carlos anotó cuidadosamente el nombre del medicamento en un papel arrugado.

La farmacia estaba a seis cuadras de la casa de doña Esperanza. Carlos explicó la situación al farmacéutico, un hombre joven que había heredado el negocio de su padre.

"Mirá, Carlos", dijo el farmacéutico, "esto que estás haciendo es muy noble, pero no podemos vender medicamentos sin receta, y menos a un tercero".

Carlos sintió la frustración crecer en su pecho. "Pero la señora no puede salir, y yo solo quiero ayudar".

"Esperá", dijo el farmacéutico, "déjame hacer algunas llamadas".

Después de una hora de conversaciones telefónicas y consultas, el farmacéutico había encontrado una solución legal: si doña Esperanza podía autorizar por escrito a Carlos para retirar sus medicamentos habituales, él podría hacer las gestiones necesarias.

Cuando Carlos regresó a la casa de doña Esperanza con la autorización, la anciana firmó con manos temblorosas. "Gracias, Carlos", dijo, "no sé cómo pagarte esto".

"No me tiene que pagar nada, doña Esperanza. Solo cuídese y manténgase fuerte".

Esa tarde, Carlos entregó los medicamentos junto con una carta que había escrito él mismo: "Estimada doña Esperanza, recuerde que no está sola. Mañana volveré a pasar para ver cómo está. Con cariño, Carlos, su cartero".

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