El cartero que repartía libros en Eldorado
Capítulo 3: El reclamo del supervisor
El silbato del tren sonó lejano cuando Ramiro escuchó pasos firmes entrar a la oficina postal. Era don Emilio, supervisor de la región, famoso por su ceño fruncido y sus discursos de eficiencia. "Ramiro, ¿qué es todo esto?", preguntó mirando las pilas de libros junto a los sacos de correspondencia.
Ramiro tragó saliva. "Son libros, don Emilio. Los llevo a los chicos del campo. No tienen biblioteca allá".
El supervisor soltó un bufido. "Esto no es una biblioteca, Ramiro. Esto es la oficina de correos. Las cartas son prioridad, no los cuentos".
Ramiro sintió cómo se le helaban las manos. "Pero los sobres llegan igual, don Emilio. Solo aprovecho la ruta. A nadie le molesta".
Emilio revisó un registro. "A mí sí. Aquí hay reglas. Si quieres repartir libros, hazlo en tu tiempo libre. Y no uses la bicicleta oficial. No quiero reclamos".
Ramiro asintió en silencio. Cuando Emilio se fue, miró su caja de madera. Podía renunciar a su bicicleta oficial, pero no a la idea que ya se había metido bajo su piel. Esa noche caminó hasta la casa de un amigo mecánico y pidió ayuda para reparar una bicicleta vieja que tenía arrumbada en el galpón. "Mañana la ruta sigue, pero en ruedas propias", dijo mientras ajustaba el farol delantero.
El viento de Eldorado seguía murmurando secretos. Y Ramiro sabía escuchar.