El Cartero que Cambió el Destino de Franco Colapinto en Pilar
Capítulo 3: La Correspondencia Secreta
Las semanas siguientes trajeron un flujo constante de cartas europeas para Franco. Roberto se había convertido en el guardián silencioso de esa correspondencia, cada sobre un escalón más hacia el sueño del joven piloto.
Una mañana, mientras organizaba las cartas en su estación de trabajo, Roberto notó algo extraño. Una carta dirigida a Franco tenía un sello de devolución. Al examinarla más de cerca, vio que la dirección estaba mal escrita: "Franco Colapinto, Piler, Argentina".
"Estos europeos", murmuró Roberto, "no saben escribir ni el nombre de nuestro pueblo".
Pero entonces se dio cuenta de algo más preocupante. La carta tenía fecha de hace dos semanas, y el sello indicaba que había sido devuelta por "dirección incorrecta". ¿Cuántas cartas más habían sido devueltas por errores similares?
Roberto sintió un sudor frío recorrer su espalda. La correspondencia internacional era crucial para Franco en este momento. Cada carta podría contener oportunidades, contratos, o información vital para su carrera.
Esa tarde, Roberto tomó una decisión que cambiaría todo. Se dirigió a la oficina postal central y habló con su supervisor, don Carlos Mendoza, un hombre mayor con bigote gris y una paciencia infinita para los problemas burocráticos.
"Don Carlos", dijo Roberto, "necesito pedirle un favor. Hay un chico del barrio, Franco Colapinto, que está recibiendo correspondencia importante de Europa. Pero creo que algunas cartas se están perdiendo por errores en la dirección".
Don Carlos se recostó en su silla, haciendo crujir el cuero viejo. "¿Qué proponés, Roberto?"
"Quiero que todas las cartas que lleguen con nombres similares a Franco Colapinto, o direcciones de Pilar mal escritas, me las den a mí. Yo me encargo de verificar si son para él".
El supervisor estudió a Roberto con atención. "Eso es una gran responsabilidad. Si te equivocás, podés meter en problemas a mucha gente".
"Lo entiendo", respondió Roberto firmemente. "Pero este chico tiene una oportunidad real. No puedo dejar que se pierda por culpa de un error en una dirección".
Don Carlos suspiró y selló el acuerdo con un apretón de manos. "Está bien, Roberto. Pero esto queda entre nosotros".
Esa noche, Roberto durmió inquieto, sabiendo que había tomado una decisión que podría cambiar no solo la vida de Franco, sino también la suya propia.