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El Cartero que Cambió el Destino de Franco Colapinto en Pilar

Capítulo 2: El Secreto del Cartero

Era mediodía cuando Roberto decidió tomar un desvío hacia el kartódromo local. El rugido de los motores se escuchaba desde varias cuadras de distancia, mezclándose con el aroma a combustible y goma quemada que impregnaba el aire.

Encontró a Franco trabajando en su kart, las manos manchadas de grasa y el rostro concentrado en ajustar algo en el motor. Su overol azul estaba empapado de sudor, y mechones de cabello castaño se pegaban a su frente.

"Franco", le gritó Roberto desde la cerca que rodeaba el circuito. El joven levantó la vista, sorprendido de ver al cartero en ese lugar.

"Don Roberto, ¿qué hace acá?", preguntó Franco, limpiándose las manos en un trapo sucio.

"Tengo una carta para vos, pibe. Parece importante", respondió Roberto, palpando el bolso con protección instintiva.

Franco se acercó corriendo, sus ojos brillando con una mezcla de esperanza y ansiedad. "¿De dónde es?", preguntó con la voz ligeramente quebrada.

Roberto estudió el rostro del joven. Había visto esa expresión antes, en otros jóvenes del barrio que esperaban noticias que cambiarían sus vidas. Pero también había visto la devastación cuando las noticias no eran las esperadas.

"De Europa", respondió simplemente, extendiendo la carta.

Franco la tomó con manos temblorosas. El sobre era pesado, profesional, con el membrete de una escudería que él reconoció inmediatamente. Sus dedos recorrieron el sello sin abrirlo, como si quisiera prolongar el momento entre la esperanza y la realidad.

"¿La vas a abrir?", preguntó Roberto, incapaz de contener su curiosidad.

Franco asintió lentamente y deslizó el dedo bajo el borde del sobre. El papel crujió con un sonido que pareció resonar en todo el kartódromo. Mientras leía, su expresión cambió gradualmente, desde la tensión hasta la incredulidad, y finalmente hasta una sonrisa que iluminó todo su rostro.

"Don Roberto", susurró Franco, "me seleccionaron para las pruebas juveniles. Me invitan a Europa".

El cartero sintió un nudo en la garganta. En treinta años de carrera, nunca había sido testigo directo de un momento tan trascendental. "Felicitaciones, pibe", logró decir, mientras Franco lo abrazaba con fuerza, oliendo a combustible y sueños cumplidos.

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