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El Cartero Francés que Conquistó su Sueño en el Mundial de Clubes

4. La Propuesta Imposible

Dos semanas después, Pierre tocaba el timbre de la mansión de Alvear con una mezcla de nerviosismo y curiosidad. Eduardo le había enviado una carta manuscrita pidiéndole que viniera a verlo. Era la primera vez en ocho años que el millonario se dirigía a él por escrito, y la caligrafía elegante contrastaba con la sencillez del mensaje: "Necesito hablar contigo. Es importante".

La puerta se abrió antes de que pudiera tocar por segunda vez. Eduardo apareció en el umbral, más delgado que antes, pero con un brillo diferente en los ojos. Ya no era la mirada fría y distante de siempre.

"Pierre, pasa por favor", le dijo con una sonrisa que parecía genuina. "¿Quieres un café? Sé que tomas café cada mañana antes de comenzar tu ruta".

Pierre lo siguió hasta un estudio con ventanales que daban al jardín. Las paredes estaban cubiertas de libros y fotografías de viajes alrededor del mundo. Había una foto de Eduardo en el Coliseo Romano, otra en las pirámides de Egipto, y varias más en destinos exóticos que Pierre solo había visto en documentales.

"¿Sabías que mi hijo vive en París?", preguntó Eduardo mientras servía café en tazas de porcelana fina. "Hace quince años que no hablo con él. Nos peleamos por el negocio, por el dinero, por estupideces que ahora me parecen insignificantes".

Pierre tomó la taza con cuidado, temeroso de romper algo tan delicado. "¿Por qué me cuenta esto, señor Santander?"

"Porque durante estos días en el hospital, he tenido tiempo de pensar. He construido un imperio, Pierre, pero no he construido una vida. Tengo dinero para comprar cualquier cosa, pero no tengo a nadie con quien compartir un café como el que estamos tomando ahora".

Eduardo se acercó a una fotografía enmarcada que estaba sobre el escritorio. Era una imagen de un joven de unos veinte años, con los mismos ojos verdes que él.

"Ese es Julián, mi hijo. Vive en París, trabaja en una empresa de turismo. Hace dos años que no sé nada de él, solo que está bien por lo que me cuenta su madre en los cumpleaños".

Pierre sintió que la conversación tomaba un rumbo inesperado. "¿Quiere que le lleve una carta a París? Porque yo solo trabajo en Buenos Aires, señor".

Eduardo se rió, una risa suave que Pierre nunca había escuchado antes. "No, Pierre. Quiero algo mucho más grande que eso. Quiero que me acompañes a París".

La taza de café casi se le escapa de las manos. "¿Perdón?"

"He estado investigando un poco sobre ti", continuó Eduardo, sentándose frente a él. "Sé que eres descendiente de franceses, que tu bisabuelo llegó desde Lyon. Sé que eres fanático del PSG y que sueñas con ver jugar a tu equipo en Francia. También sé que nunca has salido de Argentina porque tu sueldo apenas te alcanza para vivir".

Pierre se sintió invadido y halagado al mismo tiempo. "¿Cómo sabe todo eso?"

"Porque durante ocho años, has venido a mi casa cantando canciones francesas, silbando himnos del PSG, y porque el día que me salvaste la vida, tu bolsa de cartas se volcó y vi que tenías una revista deportiva francesa que habías comprado usada".

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