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El Cartero Francés que Conquistó su Sueño en el Mundial de Clubes

2. La Carta que Cambió el Destino

La mansión de la calle Alvear se alzaba imponente entre jardines perfectamente cuidados. Pierre había tocado el timbre dorado tres veces, pero nadie respondía. La correspondencia del señor Santander era siempre abundante: cartas de bancos, notificaciones legales, invitaciones a eventos exclusivos. Hoy había algo diferente: un sobre con el membrete de un hospital privado que parecía urgente.

Pierre miró su reloj. Las tres de la tarde. Normalmente habría dejado las cartas en el buzón y continuado su ruta, pero algo en el peso de esa correspondencia médica lo hizo dudar. Su instinto le decía que esta carta no podía esperar.

Decidió rodear la propiedad para ver si encontraba alguna entrada alternativa. Fue entonces cuando escuchó un gemido ahogado proveniente del jardín trasero. Sus pasos se aceleraron, y al doblar la esquina de la casa, encontró a Eduardo Santander tirado en el suelo, pálido y sudoroso, con una mano presionando su pecho.

"¡Señor Santander!", gritó Pierre, dejando caer la bolsa de cartas al suelo. Se acercó rápidamente y se arrodilló junto al hombre que tantas veces lo había tratado con desprecio. "¿Qué le pasa? ¿Puedo ayudarlo?"

Eduardo lo miró con ojos vidriosos, apenas capaz de articular palabra. "El... el teléfono... está adentro", murmuró con dificultad. "No puedo... no puedo moverme".

Pierre no lo pensó dos veces. Sabía que las puertas de estas mansiones solían estar cerradas con sistemas de seguridad, pero también sabía que en situaciones de emergencia, los segundos contaban. Corrió hacia la puerta principal y, para su sorpresa, estaba entreabierta.

El interior de la casa era tan lujoso como había imaginado: mármoles brillantes, cuadros costosos, muebles que probablemente costaban más que su salario anual. Pero Pierre no se distrajo. Encontró el teléfono fijo en la sala principal y marcó el número de emergencias.

"Necesito una ambulancia urgente en Alvear 1247", dijo con voz firme. "Un hombre de aproximadamente sesenta años, posible infarto, consciente pero en estado crítico".

Después de colgar, Pierre regresó corriendo al jardín. Eduardo seguía en el suelo, pero ahora lo miraba con una expresión diferente. Ya no era el desprecio de siempre, sino algo parecido a la gratitud mezclada con sorpresa.

"¿Por qué...?", comenzó a preguntar Eduardo, pero Pierre lo interrumpió suavemente.

"No hable, señor. La ambulancia viene en camino. Todo va a estar bien", le dijo, y sin pensarlo, tomó la mano fría del millonario entre las suyas callosas. "Respire despacio. Concéntrese en respirar".

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