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El Cartero Fantasma: Secretos entre Cartas y Lluvia

Capítulo 5: La Promesa Cumplida

El jacarandá se alzaba majestuoso en medio del lote baldío, sus raíces habían crecido y se habían extendido durante décadas, creando pequeños montículos en la tierra. Mercedes, Carlos y doña Elena llegaron al lugar al atardecer, cuando la luz dorada del sol se filtraba entre las hojas violáceas del árbol.

"Aquí era nuestro patio", murmuró Carlos, señalando un área rectangular donde aún se podían ver los restos de unos cimientos. "La casa se cayó hace veinte años, pero nadie se animó a tocar el jacarandá. Decían que daba mala suerte cortarlo." Se acercó al tronco y puso una mano sobre la corteza rugosa. "Miguel y yo jugábamos aquí todos los días."

Mercedes había traído una pala pequeña, pero cuando comenzaron a excavar junto a las raíces, se dieron cuenta de que no sería necesaria. El suelo estaba blando, como si alguien hubiera estado cavando recientemente. "Esto es extraño", murmuró doña Elena, "¿quién habría venido aquí?"

A pocos centímetros de profundidad, Carlos encontró una pequeña caja de lata, oxidada pero intacta. Sus manos temblaron mientras la abría. Adentro, envuelta en un pedazo de tela encerada, estaba la carta de Miguel. El papel estaba amarillento pero perfectamente legible.

"'Querida Rosa'", leyó Carlos en voz alta, "'no sé cómo decirte lo que siento. Cada vez que te veo pasar por la calle, mi corazón se acelera como si fuera a salirse del pecho. Sé que soy solo un muchacho del pueblo, pero te amo desde el día en que llegaste con tu familia. Si tú sientes algo por mí, aunque sea un poquito, por favor sonríeme cuando pases por casa mañana. Será nuestra señal secreta. Tu eterno enamorado, Miguel Rodríguez.'"

Los tres se quedaron en silencio, absorbiendo el peso de las palabras que habían permanecido ocultas durante medio siglo. "Tengo que llevársela a Rosa", dijo Carlos finalmente. "Es lo que Miguel habría querido."

La casa azul estaba al final de la calle San Martín, tal como había indicado la carta misteriosa. Rosa Delgado, ahora una mujer de sesenta y ocho años, los recibió con curiosidad. Cuando Carlos le explicó la situación y le entregó la carta de Miguel, ella se quedó inmóvil por un momento que pareció eterno.

"Miguel...", susurró, "yo también lo amaba. Esperé durante semanas que me dijera algo, que me diera una señal. Cuando murió, pensé que tal vez él nunca había sentido nada por mí." Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas. "Todos estos años, todos estos años preguntándome qué habría pasado si..."

"Rosa", dijo Carlos, "Miguel me pidió que cuidara su carta hasta que él se animara a entregártela. Yo la escondí, pensando que eso lo ayudaría a encontrar el valor. Pero ahora creo que alguien más se encargó de que finalmente llegara a tus manos."

Esa noche, mientras la lluvia comenzaba a caer nuevamente, Mercedes escribió las últimas líneas de su artículo. Había encontrado mucho más que una historia de fantasmas: había descubierto que algunas promesas trascienden la muerte, que el amor verdadero puede esperar décadas para ser revelado, y que a veces los muertos encuentran formas de arreglar los errores de los vivos.

Al día siguiente, cuando se preparaba para regresar a Buenos Aires, doña Olga le entregó un sobre. "Apareció bajo su puerta esta mañana", le dijo con una sonrisa misteriosa. Mercedes abrió el sobre con manos temblorosas. Dentro había una sola línea, escrita con la misma caligrafía de siempre: "Gracias por ayudar a que las cartas lleguen a su destino. - E.M."

Mercedes sonrió, guardó la carta en su bolso y se dirigió hacia la estación de autobuses. Sabía que había más historias esperándola, más cartas por entregar, más fantasmas del pasado que necesitaban encontrar la paz. Y en algún lugar de la selva misionera, bajo la lluvia eterna, un cartero fantasma continuaba su ronda, llevando consigo los secretos y los amores que el tiempo había olvidado.

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