El Cartero Fantasma: Secretos entre Cartas y Lluvia
Capítulo 4: Secretos en el Papel
Don Carlos Rodríguez leyó la carta tres veces antes de que sus manos comenzaran a temblar. Mercedes lo observaba desde la cocina, donde doña Elena le había servido un mate mientras esperaban la reacción del hombre. El silencio en la casa era tan denso que se podía sentir el peso de las palabras no dichas.
"¿Cómo es posible?", murmuró finalmente Carlos, dejando caer la carta sobre la mesa del comedor. "Esto es imposible. Absolutamente imposible." Su rostro había perdido todo el color, y sus ojos se movían inquietos, como si buscara una explicación lógica en algún rincón de la habitación.
"¿Qué dice la carta?", preguntó Mercedes, acercándose lentamente. Carlos la miró como si recién se diera cuenta de su presencia. "Dice... dice cosas que solo yo sabía. Cosas que pasaron hace cincuenta años y que nunca le conté a nadie. Ni siquiera a Elena."
Mercedes sintió un escalofrío. "¿Puedo leerla?" Carlos dudó un momento, pero finalmente asintió. "Tal vez usted pueda explicarme qué significa todo esto." Le alcanzó el papel con manos temblorosas.
La carta estaba escrita en una caligrafía antiqua, con tinta que parecía haberse desvanecido y oscurecido con el tiempo. "Querido Carlitos", comenzaba, "sé que han pasado muchos años desde que hiciste aquella promesa junto al arroyo. Tu hermano Miguel nunca supo que fuiste tú quien encontró su carta de amor, la que nunca se animó a entregarle a Rosa. Está enterrada junto al jacarandá grande, donde dijiste que estaría segura hasta que él se animara a declararle su amor."
Mercedes levantó la mirada hacia Carlos, que había comenzado a llorar silenciosamente. "Miguel murió en un accidente antes de poder hablar con Rosa. Yo... yo tenía doce años cuando encontré esa carta. Pensé que si la escondía, él tendría que buscarla y así se vería obligado a hablar con ella. Pero nunca lo hizo."
"¿Dónde está enterrada?", preguntó Mercedes, sintiendo cómo la historia se volvía cada vez más compleja. "En el patio de la casa donde vivíamos de niños. Ahora es un lote baldío, pero el jacarandá sigue ahí. Nunca tuve el valor de ir a buscarla."
Doña Elena se acercó a su esposo y le puso una mano en el hombro. "Carlos, ¿por qué nunca me contaste esto?" "Porque me daba vergüenza", admitió él. "Siempre pensé que si hubiera entregado esa carta, tal vez Miguel habría sido feliz antes de morir. Tal vez Rosa habría sabido que la amaba."
La carta continuaba: "Es tiempo de que cumplas la promesa que le hiciste al viento aquella noche. Rosa sigue viva, vive en la casa azul del final de la calle San Martín. Nunca se casó, nunca supo del amor de Miguel. Pero aún hay tiempo para que los fantasmas del pasado encuentren paz."
Mercedes sintió cómo se le erizaba la piel. "¿Conoce a alguna Rosa que viva en una casa azul?" Carlos asintió lentamente. "Rosa Delgado. Nunca me animé a hablarle. Cada vez que la veo en el almacén, recuerdo la carta de Miguel y me invade la culpa."
"Entonces", dijo Mercedes, "creo que es hora de que hagamos una visita al jacarandá."