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El Cartero Fantasma: Secretos entre Cartas y Lluvia

Sinopsis: Un cartero desaparecido décadas atrás regresa en noches tormentosas para entregar cartas que cambiarán destinos para siempre.


Capítulo 1: El Último Recorrido

El cielo de Misiones se teñía de un gris plomizo aquella tarde de marzo de 1987. Don Esteban Morales ajustó la correa de su bolsa de cuero gastado y miró las nubes que se acumulaban sobre las copas de los árboles. Llevaba treinta años recorriendo los mismos senderos polvorientos, entregando cartas a las familias dispersas en la selva, pero algo en el aire le decía que esta vez sería diferente.

"Mejor me apuro", murmuró, secándose el sudor de la frente con el dorso de la mano. La humedad pegajosa se adhería a su camisa blanca del correo, ya amarillenta por el tiempo y el uso. En su bolsa llevaba cinco cartas importantes: una para la familia González que esperaba noticias de su hijo en Buenos Aires, otra para doña Carmen que aguardaba la pensión de viudez, y tres más que podrían cambiar el rumbo de quienes las recibieran.

El sendero serpenteaba entre helechos gigantes y troncos cubiertos de musgo. El sonido de sus pasos sobre las hojas secas se mezclaba con el canto lejano de los benteveos y el murmullo constante de los insectos. Esteban conocía cada piedra, cada curva del camino, cada árbol que servía de refugio cuando las lluvias torrenciales convertían los senderos en ríos de barro.

"Don Esteban, ¿no será mejor que se quede hasta mañana?", le había preguntado Rosa, la esposa del almacenero, cuando lo vio prepararse para salir. "Esas nubes no me gustan nada." Pero él había sonreído con esa tranquilidad que dan los años de experiencia. "Las cartas no pueden esperar, Rosa. Hay gente que lleva semanas esperando noticias."

A medida que avanzaba, el viento comenzó a silbar entre las ramas. Las hojas de los cecropia se agitaban como manos desesperadas, y el olor a tierra húmeda se intensificaba. Esteban apretó el paso, pero no por miedo. Nunca había temido a la selva; era su hogar, su compañera de décadas. Sin embargo, algo en el ambiente le producía una extraña inquietud.

Los primeros goterones comenzaron a caer cuando aún le faltaban dos kilómetros para llegar a la casa de los González. Esteban se refugió bajo un lapacho gigante y sacó de su bolsa un plástico para proteger las cartas. "Vamos, viejo", se dijo a sí mismo, "has pasado por cosas peores." Pero mientras ajustaba la protección sobre los sobres, sus dedos temblorosos le hicieron sentir que esta vez algo era diferente.

El viento arreció de repente, y con él llegó una lluvia que parecía caer no del cielo, sino de los mismísimos árboles. En cuestión de minutos, el sendero se transformó en un río de agua marrón que arrastraba hojas, ramas y piedras. Esteban se aferró al tronco del lapacho, pero la fuerza del agua era implacable. Su última imagen consciente fue la de su bolsa de cartas flotando en la corriente, alejándose de él como un barco sin rumbo en un mar de fango y desesperación.

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