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El Cartero del Monte: Cartas que Cambian Destinos en Misiones

Capítulo 6: El Amanecer de una Nueva Historia

El amanecer en el refugio de piedra trajo consigo una neblina espesa que envolvía el monte como un manto protector. Martín había pasado la noche despierto, planificando la ruta más segura hacia San Pedro. Esperanza y Roberto habían compartido historias hasta altas horas, recuperando veinte años de vida separada en una sola noche.

"Don Martín", dijo Esperanza mientras preparaba mate en un fuego pequeño, "quiero que sepa que lo que hizo ayer, protegiéndonos de esos hombres, no lo vamos a olvidar nunca". El cartero sonrió mientras ajustaba la montura de Tormenta. "Para eso están los amigos", respondió simplemente.

El plan era claro: primero irían a San Pedro a hablar con el comisario Herrera, luego contactarían con Joaquín en Posadas para reunir todos los documentos legales, y finalmente irían al hospital a buscar a Diego. Pero antes de partir, Martín tenía una última entrega que hacer.

"¿Una carta más?", preguntó Roberto curioso. "La más importante", respondió Martín sacando papel y lápiz de su alforja. "Una carta que yo mismo voy a escribir". Se sentó en una piedra y comenzó a redactar con su letra clara y pausada:

"Estimado señor director del hospital de Posadas: Por la presente, le informo que la familia Moreira ha sido localizada y está en camino a reclamar a su pariente. Solicitamos protección policial para el traslado, ya que hay terceros con intenciones dudosas que podrían interferir en el proceso legal. Atte., Martín Aguirre, Cartero Rural de San Pedro".

"¿Cómo va a entregar esa carta?", preguntó Esperanza. Martín sonrió y silbó fuerte. A los pocos minutos, apareció entre los árboles Ramón, el hijo menor de don Ramón, montando su moto. "¿Qué necesita, don Martín?", preguntó el joven de veinte años.

"Que lleves esta carta urgente al hospital de Posadas", dijo entregándole el sobre. "Y que le digas al comisario Herrera que necesito hablar con él hoy mismo". Ramón asintió y partió levantando una nube de polvo rojo.

El viaje de regreso a San Pedro fue diferente al de ida. Ahora eran tres personas con un propósito común, y la conversación fluía mientras Tormenta caminaba por senderos que conocía de memoria. Roberto le contó a Esperanza sobre su vida en Buenos Aires, su trabajo como mecánico, y cómo nunca había dejado de buscarla.

"¿Sabes lo que más me duele?", dijo Esperanza mientras caminaban junto al caballo. "Que Diego haya estado vivo todos estos años y yo llorando su muerte. Joaquín creció pensando que era huérfano de padre". "Pero ahora pueden recuperar el tiempo perdido", la consoló Roberto.

Al llegar a San Pedro, el comisario Herrera los esperaba en la puerta de su oficina. Era un hombre corpulento, de bigote gris, que conocía cada rincón de su territorio. "Martín me contó por teléfono lo que está pasando", dijo serio. "Ya mandé un patrullero al hospital, y otro a vigilar la zona de Los Naranjos. Esos cazadores de herencias no van a molestar más a mi gente".

"¿Qué sabemos sobre las tierras?", preguntó Esperanza. El comisario sacó una carpeta de su escritorio. "Joaquín me mandó una copia de los documentos por fax. Son más de quinientas hectáreas de monte nativo, con certificados de posesión que datan de principios del siglo pasado. Con la nueva ley de protección ambiental, valen una fortuna".

"¿Y la empresa minera?", preguntó Roberto. "Ya no es problema de ustedes", respondió Herrera con satisfacción. "Resulta que están operando sin los permisos correspondientes. La fiscalía ya abrió una investigación".

Esa tarde, cuando Martín se preparaba para su última cabalgata del día, Esperanza se acercó con un sobre en las manos. "Es para Diego", dijo con lágrimas en los ojos. "Una carta explicándole todo lo que pasó, y diciéndole que lo esperamos en casa".

"¿Quiere que yo se la entregue?", preguntó Martín. "No", respondió Esperanza. "Esta vez voy a entregarla yo misma. Pero quiero que nos acompañe. Usted fue quien nos reunió a todos, y debe estar presente cuando la familia esté completa otra vez".

Martín miró a Tormenta, quien lo observaba con sus ojos inteligentes. "¿Qué opinas, viejo amigo? ¿Una última aventura?" El caballo relinchó suavemente, como si dijera que sí.

Al día siguiente, cuando el sol se alzaba sobre las copas de los árboles, Martín, Esperanza, Roberto y Joaquín (que había llegado desde Posadas) emprendieron el viaje hacia el hospital. En la alforja de Martín no había cartas para entregar, pero llevaba algo más valioso: la certeza de que su trabajo como cartero no era solo repartir correspondencia, sino conectar corazones y reunir familias.

"¿Sabe qué es lo mejor de ser cartero?", le preguntó Esperanza mientras cabalgaban. "Que uno nunca sabe qué historia va a ayudar a escribir", respondió Martín, sonriendo mientras el viento de Misiones acariciaba su rostro curtido por años de servicio.

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