Descubrí cómo una encomienda salvó una cosecha entera
Capítulo 5 - Un nuevo ciclo florece
Semanas después, la chacra reverdecía. Las primeras hojas asomaban tímidas, como pequeñas banderas verdes entre la tierra húmeda. Ramón caminaba cada mañana entre los surcos, tocando con dedos agradecidos cada brote. El aroma a tierra mojada mezclado con el leve perfume de las hojas nuevas le llenaba el pecho de alivio.
Don Evaristo, mientras tanto, seguía su ruta diaria. Cada carta que dejaba en los buzones llevaba consigo un recuerdo: la encomienda que cambió todo. Ahora, cada vez que pasaba frente a la chacra de Ramón, veía la cosecha crecer, escuchaba el murmullo de las hojas mecidas por el viento. Y en su bolsa de cuero, junto a facturas y recibos, siempre cargaba una carta de Ramón, agradeciendo, contándole cada avance.
Una tarde, Ramón le entregó un pequeño paquete: un saco de harina de maíz, los primeros frutos de la cosecha salvada. Evaristo lo aceptó, con la misma gratitud silenciosa con la que había tomado la decisión de cambiar su ruta.
—Gracias, Don Evaristo —dijo Ramón, estrechándole la mano bajo el mismo alero donde lo había visto llegar empapado.
—Gracias a usted, Ramón —respondió el cartero, sintiendo en la palma rugosa un pacto renovado. Un cartero, una carta y una encomienda podían cambiar el curso de una vida entera. Y a veces, de un pueblo entero.
Mientras se alejaba en su bicicleta roja, Don Evaristo sonrió. Sabía que, en cada carta, podía esconderse la semilla de una esperanza. Y que siempre valía la pena desviarse del camino, si era para entregarla a tiempo.