Las Crónicas de los Carteros de Mirtha Legrand: Historias Inolvidables
Capítulo 3: La Década de los 90, Silvia y los Envueltos Misteriosos
Silvia fue la primera mujer cartera en tener la ruta de Mirtha Legrand, un hito que la llenó de orgullo a principios de los años 90. Con su cabello corto y su paso firme, Silvia aportó una nueva energía a la entrega de la correspondencia. Para entonces, la casa de Mirtha era un epicentro de actividad constante. Los programas se grababan casi a diario, y la cantidad de cartas y paquetes había aumentado exponencialmente. La oficina de correos de Apóstoles era un hervidero de movimiento, con sacas y sacas de correspondencia que debían clasificarse.
Silvia se destacó por su meticulosidad. Cada carta era tratada con el mayor cuidado, cada paquete verificado con precisión. Recordaba especialmente los “envueltos misteriosos”. No eran cartas comunes, sino paquetes de formas inusuales que llegaban de todas partes. Un día, entregó uno que parecía contener un objeto de cristal muy frágil. Mirtha, con su acostumbrada curiosidad, lo abrió en el acto. Era una escultura de vidrio de un cisne, un regalo de un artista plástico que la admiraba. Mirtha le agradeció efusivamente a Silvia por el cuidado con el que había transportado el objeto.
“Ella siempre valoró el trabajo que hacíamos”, contaba Silvia a sus colegas. “Sabía que detrás de cada carta había un esfuerzo, un recorrido. Nunca nos trató como simples repartidores”. Silvia también fue testigo de la evolución de la correspondencia. Las cartas manuscritas empezaron a convivir con los primeros faxes, y las revistas de espectáculos enviaban las primicias de sus notas en sobres gigantes. La tecnología avanzaba, pero el vínculo personal que Mirtha mantenía con sus seguidores a través del correo seguía siendo irrompible.
Hubo una ocasión en que Silvia tuvo que entregar una carta muy delicada. Se trataba de una misiva de una admiradora que estaba atravesando un momento personal muy difícil y buscaba en Mirtha una palabra de aliento. Silvia, por la expresión de la mujer en la ventanilla del correo, intuyó la importancia de esa carta. Cuando la entregó, Mirtha la miró, y algo en sus ojos le dijo que era una correspondencia especial. Días después, Silvia vio en un programa de Mirtha que la conductora mencionaba indirectamente la carta, ofreciendo un mensaje de esperanza y fortaleza. Silvia sintió un nudo en la garganta. “Ahí me di cuenta del impacto que tenía. No era solo una figura pública; era un faro para mucha gente. Y yo, una simple cartera, era el puente”.
Los inviernos en Apóstoles podían ser crudos, con lluvias persistentes que convertían los caminos de tierra en lodazales. Silvia, con su motocicleta, sorteaba los obstáculos con pericia. Mirtha, al verla llegar empapada en varias ocasiones, la hacía pasar, le ofrecía un té caliente y hasta le preguntaba si necesitaba algo. “Era un gesto genuino, no era por la cámara”, decía Silvia. “Se preocupaba de verdad por el bienestar de todos los que trabajaban para que su mundo siguiera funcionando”.
Silvia continuó en la ruta de Mirtha Legrand durante gran parte de los 90, siendo testigo de la consolidación de su leyenda. Vio cómo su programa se convertía en un espacio de debate nacional, cómo los almuerzos trascendían la pantalla para ser parte de la conversación cotidiana de los argentinos. Para Silvia, cada día en esa ruta era una pequeña aventura, un acercamiento a la vida de una de las mujeres más influyentes del país. Cuando se jubiló, con la satisfacción del deber cumplido, llevó consigo no solo los recuerdos de las miles de cartas entregadas, sino también la calidez de los encuentros con una mujer que, a pesar de su fama, nunca perdió la conexión con la gente común.