Logo CodigoPostal.ar CodigoPostal.ar
La forma más facil de comprar criptomonedas

No te quedes afuera

Únete al mundo de las criptomonedas con Binance

Únete al mundo de las criptomonedas con Binance

La Carta de Amor que Unió Dos Países en Bernardo de Irigoyen

Capítulo 5: Cartas de Amor sin Fronteras

Durante los siguientes meses, don Ramón y José da Silva se convirtieron en los cómplices más importantes de un romance que florecía a través de cartas perfumadas y encuentros en el café de la plaza fronteriza. La correspondencia entre Eduardo e Isabella se había vuelto tan regular que ambos carteros habían establecido un sistema especial para asegurar que ninguna misiva se perdiera.

"Mi querida Isabella", escribía Eduardo en sus cartas cada vez más largas, "cada día que pasa sin verte se siente eterno, pero cada carta tuya es como un rayo de sol que ilumina mi alma." Las palabras de amor cruzaban la frontera con más frecuencia que los comerciantes, llevando consigo promesas, sueños compartidos y una intimidad que crecía con cada intercambio.

Isabella respondía con igual intensidad: "Meu querido Eduardo, tus cartas han llenado mi corazón de una felicidad que no sabía que existía. Cuando leo tus palabras, siento que estás aquí conmigo, que no hay distancia ni fronteras que puedan separarnos."

Don Ramón había notado cambios en ambos jóvenes. Eduardo componía música con una alegría renovada, y sus alumnos comentaban que sus clases habían adquirido una pasión especial. Isabella, por su parte, había comenzado a enseñar español a sus alumnos brasileños, inspirada por el deseo de construir puentes entre las dos culturas.

Una mañana de mayo, don Ramón recibió una carta diferente de Eduardo. El sobre era más pesado, y al tocarlo, sintió que había algo más que papel en su interior. Cuando se la entregó a José, este la examinó con curiosidad.

—Esta es especial, mi amigo —murmuró José—. Creo que nuestro Eduardo ha tomado una decisión importante.

Isabella abrió la carta en su jardín, como siempre, pero esta vez encontró algo que la dejó sin aliento. Junto a las dos páginas escritas con la caligrafía ya familiar, había un pequeño anillo de plata con una piedra verde del color de sus ojos.

"Isabella, mi amor", decía la carta, "estos meses de correspondencia han confirmado lo que mi corazón ya sabía desde aquella noche del festival. No quiero seguir amándote a través de cartas. Quiero amarte cada día, construir una vida juntos donde las fronteras no sean más que líneas en un mapa. ¿Te casarías conmigo? ¿Serías mi compañera en esta aventura de amor sin banderas?"

Isabella lloró de emoción, abrazando la carta contra su pecho. Sus vecinos la vieron correr hacia la oficina postal, donde escribió la respuesta más importante de su vida: "Sí, mi amor. Sí a todo. Sí a una vida juntos, sí a un amor que demuestre que el corazón no conoce fronteras. Sí, quiero ser tu esposa."

Cuando don Ramón entregó la respuesta a Eduardo, el joven profesor no pudo contener un grito de alegría que se escuchó por toda la cuadra. Esa misma tarde, corrió hacia la plaza fronteriza, donde Isabella ya lo esperaba con el anillo puesto y la sonrisa más radiante que había visto en su vida.

Los dos carteros, observando desde la distancia, se dieron un abrazo fraternal. Habían sido testigos de algo hermoso: el triunfo del amor sobre las circunstancias, la demostración de que algunas cosas trascienden las fronteras políticas y geográficas.

—Creo que vamos a tener una boda binacional —comentó don Ramón, secándose una lágrima de emoción.

—Y nosotros seremos los padrinos de honor —agregó José, con una sonrisa que iluminó todo su rostro.

⬅ Anterior Siguiente ➡