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La Carta de Amor que Unió Dos Países en Bernardo de Irigoyen

Capítulo 4: El Encuentro

El café de la plaza fronteriza bullía con la actividad típica de un sábado por la tarde. Comerciantes de ambos lados cruzaban constantemente, niños jugaban sin importar si estaban en territorio argentino o brasileño, y el aroma a empanadas se mezclaba con el de la feijoada. Era el punto perfecto donde dos países se encontraban en perfecta armonía.

Eduardo llegó quince minutos antes de la hora acordada, nervioso como un adolescente en su primera cita. Había elegido cuidadosamente su mejor camisa blanca y había repasado mentalmente las frases en portugués que quería decirle a Isabella. Don Ramón, que pasaba "casualmente" por el lugar, le guiñó un ojo desde la distancia.

Isabella apareció exactamente a las cuatro de la tarde, llevando un vestido color durazno que hacía resaltar el verde de sus ojos. Había cruzado la frontera con la naturalidad de quien lo hace a diario, pero el corazón le latía con fuerza. Cuando vio a Eduardo esperándola junto a la mesa bajo el jacarandá, sintió que las mariposas en su estómago se multiplicaban.

—Boa tarde, Eduardo —saludó Isabella, extendiendo su mano con una sonrisa tímida.

—Buenas tardes, Isabella —respondió él, tomando su mano delicadamente—. Temía que no vinieras.

Se sentaron uno frente al otro, y por un momento el silencio se instaló entre ellos. No era un silencio incómodo, sino uno lleno de expectativas y reconocimiento mutuo. Eduardo pidió café para ambos, y cuando el mozo se alejó, finalmente se animaron a hablar.

—Tu carta me emocionó mucho —confesó Isabella, mezclando español y portugués en una melodía lingüística única—. Pensé que había sido solo una ilusión mía, aquella conexión que sentí durante el festival.

—Para nada fue una ilusión —respondió Eduardo, inclinándose ligeramente hacia adelante—. Desde esa noche, no he podido componer una sola melodía sin pensar en ti. Es como si tu sonrisa se hubiera convertido en mi inspiración.

La conversación fluyó naturalmente, saltando entre idiomas sin esfuerzo. Hablaron de música, de sus familias, de sus sueños. Isabella le contó sobre su trabajo como maestra de escuela primaria en Dionísio Cerqueira, y cómo había aprendido español para poder comunicarse mejor con los niños argentinos que a veces cruzaban a estudiar. Eduardo compartió su pasión por la música y su sueño de formar una orquesta binacional.

—¿Sabes qué es lo más hermoso de este lugar? —preguntó Eduardo, señalando alrededor de la plaza—. Aquí no existen fronteras reales. Es como si fuera un pequeño país del amor, donde solo importa lo que llevamos en el corazón.

Isabella sonrió, sintiendo que esas palabras describían exactamente lo que había estado sintiendo. "Tenés razón", le dijo, usando el argentino que había aprendido escuchando a los comerciantes. "Aquí somos simplemente Eduardo e Isabella, sin banderas ni papeles."

Cuando el sol comenzó a ponerse, pintando el cielo de tonos naranjas y rosados, ambos sabían que no querían que ese encuentro terminara. Pero también sabían que era solo el comienzo de algo mucho más grande.

—¿Puedo escribirte otra carta? —preguntó Eduardo mientras la acompañaba hasta el límite brasileño.

—Solo si prometes que no será la última —respondió Isabella, con una sonrisa que iluminó todo su rostro.

Desde una esquina, don Ramón observaba la escena con satisfacción. Su trabajo como cupido apenas comenzaba, pero ya podía ver que esta historia tendría un final feliz.

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