Logo CodigoPostal.ar CodigoPostal.ar
La forma más facil de comprar criptomonedas

No te quedes afuera

Únete al mundo de las criptomonedas con Binance

Únete al mundo de las criptomonedas con Binance

La Carta de Amor que Unió Dos Países en Bernardo de Irigoyen

Capítulo 3: El Mensajero del Corazón

Don Ramón encontró la carta de respuesta de Isabella esperándolo en el buzón de la oficina postal brasileña al día siguiente. José da Silva la había preparado con el mismo cuidado ceremonial con que se maneja una reliquia sagrada. El sobre, de papel color crema, desprendía un aroma a rosas que se mezclaba con el aire húmedo de la mañana.

—Mira esto, Ramón —le dijo José, entregándole la carta con una sonrisa traviesa—. Creo que tu profesor de música ha despertado algo especial en nuestra Isabella.

El cartero argentino examinó la carta con detenimiento. La caligrafía de Isabella era igualmente cuidadosa, pero tenía un toque más fluido, como si las palabras hubieran brotado directamente de su corazón. "Señor Eduardo Mendoza", decía la dirección, y don Ramón notó que había agregado un pequeño corazón dibujado discretamente junto a la dirección.

—Estos jóvenes me recuerdan a mi esposa y a mí cuando éramos novios —comentó don Ramón, guardando la carta en su bolsa—. Aunque nosotros no teníamos una frontera internacional de por medio.

El camino de regreso a Bernardo de Irigoyen le dio tiempo para reflexionar. En sus treinta años como cartero, había sido testigo de innumerables historias de amor, desamor, reconciliaciones y despedidas. Pero había algo en esta correspondencia que lo conmovía especialmente. Tal vez era la pureza del sentimiento, o la forma en que dos corazones habían encontrado la manera de conectarse a pesar de las circunstancias.

Al llegar a la Avenida San Martín, don Ramón se detuvo frente a la casa de Eduardo. Era una construcción sencilla, con un pequeño jardín donde crecían malvones y una galería donde se veía una guitarra recostada contra la pared. Desde adentro llegaba el sonido de un piano, probablemente Eduardo preparando sus clases de música.

Tocó el timbre y esperó. Eduardo apareció en la puerta, con el cabello ligeramente despeinado y los ojos ansiosos. Era evidente que había estado esperando.

—¿Hay algo para mí, don Ramón? —preguntó, intentando mantener la compostura pero sin poder ocultar la expectativa en su voz.

—Creo que sí, joven —respondió el cartero, extendiendo la carta con solemnidad—. Y por el peso y el aroma, diría que son buenas noticias.

Eduardo tomó la carta con manos temblorosas. Don Ramón se quedó un momento observando cómo el joven contemplaba el sobre, como si fuera un tesoro invaluable. Luego, discretamente, se retiró, permitiendo que Eduardo tuviera su momento privado.

Desde la vereda, don Ramón escuchó un grito ahogado de alegría proveniente del interior de la casa. Sonrió para sus adentros. Había entregado miles de cartas a lo largo de su carrera, pero pocas veces había sido tan consciente de estar transportando esperanzas y sueños.

Esa noche, don Ramón le contó a su esposa sobre la correspondencia que estaba llevando entre Argentina y Brasil. "Creo que estos chicos van a necesitar nuestra ayuda", le dijo mientras tomaban mate en el patio. "El amor verdadero no debería tener fronteras, pero a veces necesita un pequeño empujón para florecer."

Su esposa, María Elena, sonrió con complicidad. Conocía esa mirada en los ojos de su marido; la misma que tenía cuando decidía apadrinar alguna causa noble. "¿Qué tienes en mente, viejo romántico?", le preguntó, sabiendo que ya había algún plan gestándose en la mente de su marido.

⬅ Anterior Siguiente ➡