La Carta de Amor que Unió Dos Países en Bernardo de Irigoyen
Capítulo 2: La Destinataria
Isabella Santos terminaba de regar las begonias de su jardín cuando escuchó el timbre característico de la bicicleta del cartero. José da Silva pedaleaba lentamente por la Rua das Flores, deteniéndose en cada casa con la paciencia de quien conoce la importancia de su trabajo. El sol brasileño pintaba destellos dorados en el manillar de su bicicleta antigua.
—Bom dia, senhorita Isabella —saludó José, descendiendo de su bicicleta con una agilidad sorprendente para sus sesenta años—. Tengo algo especial para usted.
Isabella secó sus manos en el delantal floreado y se acercó con curiosidad. Sus ojos verdes, heredados de una abuela italiana, se iluminaron al ver el sobre de papel marfil. No reconocía la caligrafía, pero algo en su interior se estremeció cuando José le entregó la carta con una sonrisa conocedora.
—Es del lado argentino —comentó el cartero, guiñándole un ojo—. Parece importante.
Isabella esperó a que José continuara su ruta antes de sentarse en el pequeño banco de madera bajo el naranjo de su jardín. El aroma de los azahares se mezclaba con el perfume sutil que emanaba de la carta. Con manos temblorosas, abrió el sobre y desplegó las dos páginas escritas con tinta azul.
"Querida Isabella", comenzaba la carta, y su corazón dio un vuelco. Recordó inmediatamente la noche del festival de música en la plaza fronteriza, tres semanas atrás. Había sido un evento especial, organizado conjuntamente por las dos ciudades hermanas, donde músicos de ambos lados tocaron bajo las estrellas.
Eduardo había estado allí, con su guitarra y su voz suave interpretando boleros que hicieron suspirar a más de una mujer. Pero sus ojos se habían encontrado con los de Isabella durante toda la velada, creando una conexión silenciosa que trascendía las barreras del idioma. Ella hablaba portugués y un poco de español; él dominaba el español y chapurreaba el portugués. Sin embargo, la música había sido su lenguaje común.
"No he podido olvidar tu sonrisa", continuaba la carta, "ni la forma en que tus ojos brillaban cuando canté 'Caminito'. Sé que vivimos en países diferentes, pero el corazón no conoce fronteras. ¿Sería muy atrevido pedirte que me permitas conocerte mejor?"
Isabella sintió que las mejillas se le encendían. Había pensado en Eduardo todos los días desde el festival, preguntándose si volvería a verlo. La frontera entre Bernardo de Irigoyen y Dionísio Cerqueira era porosa para el comercio y la familia, pero se había sentido como un abismo cuando se trataba de asuntos del corazón.
"Propongo que nos encontremos en el café de la esquina de la plaza fronteriza", continuaba Eduardo. "Ese lugar mágico donde Argentina y Brasil se besan, donde podemos ser simplemente dos personas que se gustan, sin importar los pasaportes."
Isabella leyó la carta tres veces, memorizando cada palabra, cada giro de la caligrafía. Luego se dirigió a su pequeño escritorio de pino y sacó papel y pluma. Tenía una respuesta que escribir, y un cartero que se convertiría en su cómplice del amor.