El Cartero del Monte: Cartas que Cambian Destinos en Misiones
Capítulo 3: El Peso de la Verdad
La chacra de los Benítez apareció entre los árboles como un oasis de tranquilidad. Doña Carmen salió a recibirlos con su delantal lleno de harina y una sonrisa que se desvaneció al ver al desconocido herido. "¿Qué pasó, don Martín?", preguntó mientras se secaba las manos.
"Un accidente en el sendero", explicó brevemente mientras entregaba las tres cartas dirigidas a la familia. "¿Podría darle un poco de agua a este señor mientras yo hago el resto de mis entregas?" Carmen asintió, y su instinto maternal se activó inmediatamente.
Mientras Roberto descansaba, Martín continuó su recorrido, pero su mente no podía apartarse de la situación. Conocía cada expresión del rostro de Esperanza, cada gesto que hacía cuando estaba preocupada o feliz. ¿Cómo reaccionaría al ver a un hermano que creía perdido para siempre?
La siguiente parada fue en la chacra de don Ramón, un anciano que vivía solo y siempre esperaba ansiosamente las cartas de sus nietos que vivían en la ciudad. "¿Cómo está el viejo Tormenta?", preguntó acariciando el cuello del caballo. "Cada día más sabio", respondió Martín, entregándole dos sobres y un pequeño paquete.
"Don Martín", dijo Ramón bajando la voz, "ayer vi gente extraña rondando por los senderos. Llevaban papeles y parecían estar buscando algo. Me escondí, pero escuché que mencionaban el nombre de Esperanza".
Un escalofrío recorrió la espalda de Martín. La situación se complicaba más de lo que había imaginado. "¿Qué tipo de gente?", preguntó. "Vestidos como de la ciudad, con zapatos que no son para caminar por el monte. Uno de ellos llevaba una carpeta grande".
Regresó por Roberto con más preguntas que respuestas. El joven había recuperado algo de color en las mejillas y había limpiado su herida. "Don Martín", dijo Carmen en voz baja, "este muchacho me contó su historia. Creo que debe saber algo más sobre Esperanza".
Roberto se acercó con expresión grave. "Mientras descansaba, recordé algo importante. Cuando éramos niños, nuestros padres nos decían que teníamos familia en Misiones. Tierras que habían pertenecido a nuestros abuelos. Si alguien está buscando herederos, podría ser que esas tierras valgan mucho dinero ahora".
La pieza del rompecabezas comenzaba a tomar forma. Martín pensó en Esperanza, trabajando sol a sol en su pequeña chacra, criando sola a su hijo, sin saber que podría ser heredera de algo valioso. "¿Y si hay gente que no quiere que ustedes reclamen esa herencia?", preguntó.
"Es posible", admitió Roberto. "Por eso necesito llegar a mi hermana antes que ellos. Juntos podemos enfrentar lo que sea".
Martín sintió el peso de la responsabilidad. No era solo un cartero entregando correspondencia; se había convertido en el protector de una familia que estaba a punto de reunirse y enfrentar un destino incierto. El sol comenzaba a declinar, y aún faltaban dos horas para llegar a Los Naranjos.