Descubrí la carta perdida que cambió una vida en Posadas
Capítulo 3: El destinatario
—Buenas tardes, señor. Disculpe que lo moleste —dijo Julián, bajándose de la bicicleta—. ¿Usted es Héctor Paredes?
El hombre dejó la manguera, que siguió soltando un hilo de agua que se colaba entre las baldosas agrietadas.
—Sí, soy yo. ¿Quién lo manda? —preguntó con una voz rasposa, cargada de desconfianza.
—Trabajo en el correo —respondió Julián, mostrando su credencial manchada de sudor—. Encontré algo que creo que es suyo.
Sacó la carta de su bolsillo. Héctor frunció el ceño. Su mano tembló un poco cuando tomó el sobre. Lo miró como quien ve un fantasma. Sus labios se movieron, pero no salió ninguna palabra.
—¿Qué es esto? —preguntó finalmente, casi en un susurro.
—Una carta perdida. Veinte años en un estante. Creí que debía tenerla —explicó Julián, sintiendo que cada palabra pesaba una tonelada.
Héctor acarició el sobre con la yema de los dedos. Reconoció la caligrafía enseguida. Era de su hermana Clara, fallecida hacía quince años. La última vez que se hablaron fue una discusión amarga que nunca logró reparar.
—Gracias, hijo —dijo Héctor, su voz quebrándose. Julián sintió un nudo en la garganta, como si compartiera un dolor que no era suyo pero también lo tocaba.