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Descubre la Ruta de la Yerba Mate: Un Cartero en Apóstoles

Capítulo 2: El Enigma de la Hoja Amarilla

Los días transcurrían con la rutina habitual para Don Ramón, pero una preocupación creciente empezaba a teñir sus mañanas. En sus visitas a las distintas plantaciones, había notado un patrón inquietante: algunas hojas de yerba mate estaban adquiriendo un color amarillento, y no era el tono otoñal natural, sino una palidez enfermiza. Los productores, inicialmente, lo atribuían a la sequía o a alguna plaga común, pero el problema persistía y se extendía.

La primera vez que Don Ramón vio la “hoja amarilla” de forma preocupante fue en la finca de los Pérez, una familia que había llegado hace poco a la región y aún se estaba estableciendo. Don Luis Pérez, un hombre joven y ambicioso, lo recibió con una expresión de desazón. “Don Ramón, mire esto,” le dijo, extendiendo una rama con varias hojas pálidas. “Hemos fumigado, hemos regado más, pero esto no mejora. Y las cooperativas empiezan a poner objeciones por la calidad de la hoja.” Ramón, con su ojo entrenado por años de observación, sintió un escalofrío. Era diferente a lo que había visto antes. Los Pérez habían esperado una importante carta de financiamiento, y la preocupación era palpable en su rostro.

La situación se repitió en la finca de Doña Marta, una productora de avanzada edad que cultivaba su yerbal de manera tradicional, con un respeto casi reverencial por la tierra. Sus manos, que antes acariciaban las hojas verdes, ahora las examinaban con preocupación. “Es como si la vida se les estuviera escapando, Ramón,” le comentó con un suspiro. “Nunca vi algo así en mis años de siembra. He enviado una carta a la Cooperativa Central solicitando una inspección, pero aún no tengo respuesta.” Ramón le aseguró que revisaría si había alguna correspondencia para ella al regresar a la oficina, aunque sabía que los trámites podían ser lentos.

La inquietud de los productores se transformaba en frustración y, en algunos casos, en una silenciosa desesperación. La hoja amarilla no solo afectaba la calidad y el precio de la yerba, sino que ponía en riesgo cosechas enteras, y con ellas, el sustento de las familias. Don Ramón escuchaba las quejas, los lamentos y las teorías sobre lo que podría estar causando el problema. Algunos hablaban de una nueva enfermedad, otros de cambios en la tierra o incluso de una extraña maldición. Él, con su sabiduría de campo, sabía que las soluciones mágicas no existían, pero la falta de respuestas claras por parte de las autoridades o de la cooperativa comenzaba a generar un clima de desconfianza.

En la oficina de correos, Doña Rosa también notaba el aumento de la correspondencia relacionada con la problemática. Cartas con quejas, solicitudes de ayuda, informes de laboratorio preliminares que no arrojaban conclusiones definitivas. “Este problema de la yerba nos tiene a todos en vilo, Ramón,” le dijo un día, mientras clasificaba paquetes. “Los productores están nerviosos, y con razón. La economía de Apóstoles depende de esto. ¿No crees que deberíamos hacer algo más que solo entregar cartas?” Ramón reflexionó. Doña Rosa tenía razón. La inacción no era una opción.

Fue durante una de sus rutas que Don Ramón tuvo una idea. Recordó una vieja carta que había entregado años atrás a un agrónomo jubilado, el Doctor Elías Salgado, que vivía apartado en una pequeña chacra, dedicado a sus investigaciones. Se decía que el Doctor Salgado tenía un conocimiento profundo de la tierra y sus secretos, y que había resuelto problemas agrícolas complejos en el pasado. Aunque el Doctor Salgado era conocido por su carácter ermitaño y su renuencia a involucrarse en los asuntos de la comunidad, Ramón sintió que valía la pena intentar contactarlo.

Al día siguiente, Don Ramón desvió su ruta habitual y se dirigió a la chacra del Doctor Salgado. El camino era casi intransitable, cubierto de maleza y poco transitado. La casa era modesta, rodeada de un jardín descuidado pero con una vitalidad extraña. Un cartel oxidado indicaba “Privado”. Ramón tocó la puerta de madera, y después de varios minutos, un hombre alto, de barba canosa y mirada penetrante, abrió. Era el Doctor Salgado. “¿Sí?” preguntó con voz áspera, su mirada escrutando a Ramón de pies a cabeza.

“Disculpe la molestia, Doctor Salgado,” dijo Ramón, intentando sonar lo más respetuoso posible. “Soy Ramón, el cartero de Apóstoles. Vengo en nombre de los productores de yerba mate. Hay un problema grave con la ‘hoja amarilla’ y nadie parece encontrar una solución. Hemos recibido cartas de preocupación de todas partes, y su nombre ha surgido como alguien que quizás podría ayudarnos.” El Doctor Salgado lo observó en silencio, sus ojos fijos en la bolsa de correo de Ramón. Había algo en la sinceridad del cartero que pareció ablandar su rictus.

Después de un largo momento, el Doctor Salgado suspiró. “He oído rumores,” dijo finalmente. “Pero me mantengo al margen. Mis días de ‘salvar el campo’ terminaron hace mucho.” Ramón no se dio por vencido. “Doctor, la situación es crítica. Las familias están perdiendo todo. Su experiencia es invaluable. Una simple visita a una de las plantaciones, tal vez, solo para dar una opinión.” La insistencia de Ramón, su genuina preocupación, pareció calar hondo en el viejo agrónomo. Finalmente, con un gesto de resignación, el Doctor Salgado accedió. “De acuerdo,” dijo. “Mañana, al amanecer. Pero solo una. Y que nadie más se entere.” Don Ramón sintió un rayo de esperanza. Quizás, solo quizás, el enigma de la hoja amarilla estaba a punto de ser resuelto, y una nueva carta de esperanza estaba a punto de ser escrita en el destino de Apóstoles.

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